Ponencia
presentada en el foro: "Identidades, significaciones y representaciones
culturales en el Norte del Cauca". Santander de Quilichao, 29 de
septiembre de 2011.
Introducción
Hoy, cuando Francia, Alemania e Inglaterra
cierran cada vez más sus fronteras para evitar el mestizaje y Canadá hace lo
contrario. Cuando en China las mujeres desean operarse los ojos para parecer
occidentales y en Japón, las tradiciones conviven con la modernidad. Cuando en
África miles de seres humanos mueren de hambre o de cualesquier otra cosa y algunos
de sus jóvenes ingresan a formarse como curas para trasladarse a Europa o a
Latinoamérica. Cuando Israel y Palestina no cesan de reafirmarse en lo que son
y continúan en guerra. Cuando en Colombia nuestros afros arman tremendos
jolgorios para celebrar, de una manera lejana y añorada, el ascenso de un
presidente que no tiene nada que ver con nosotros. Cuando de acuerdo con
nuestros preceptos constitucionales a nuestros indígenas y afros se les da y se
les quita como para que no “jodan” y surgen en las comunidades varios vivos que
viven del cuento. Cuando aparecen entre indígenas
y afros muchos otros mestizos discriminados y desterrados. Cuando la pobreza se
hace mayor y por inversión al ideal de los derechos humanos no respeta edad, color,
creencias, sexo, posición política o credo religioso. Cuando todos anhelan
libertad y dicen y hablan sólo lo que les conviene y abocados por la necesidad
de una participación ilusoria. Cuando nuestros “intelectuales” continúan
cargando la mochila y adoptando la moda Hippie como una añoranza de los años
setenta. Cuando los extranjeros y los nacionales gozan de placeres sexuales
virtuales. Cuando hacemos el amor por la pantalla y es más fácil reunirnos
alrededor de la música o de un partido de fútbol que alrededor de la lucha
contra el hambre o contra la corrupción. Cuando nuestros niños y profesionales
se forman con estándares internacionales y el inglés está en proyecto de ser
declarado nuestra segunda lengua, en un país con 62 lenguas amerindias (DANE, 2007). Cuando todos conocemos las devastadoras
consecuencias del modelo económico neoliberal sobre el ambiente, la naturaleza,
las personas…, pero seguimos complacidamente beneficiándonos. Cuando el
consumo homogeniza pero también fragmenta (HUNTINGTONG, 1997) da comodidad individual y se hace inalcanzable
congregar multitudes y gestar nuevos cambios sociales, tal vez resulte
necesario volver a hablar de identidad, redimensionar sus alcances y
significados, acometer nuevas interpretaciones y emprender nuevos retos de
organización cultural y política.
La identidad: su origen histórico y su uso político y económico.
En principio la identidad es una de esas tantas
palabras a las que recurrimos para ahuyentar el colonialismo y reprogramar el
desarrollo, para fortalecer y reorganizar
la cultura e incluirla en otra, en busca de mayores oportunidades. A la
identidad recurrimos para movilizar y conducir grupos, pueblos, naciones, y alcanzar objetivos personales o sociales,
perversos o altruistas. Ya en el siglo pasado Hitler convocó la identidad, el
espíritu nacionalista alemán y la idea de identificación de su pueblo con la
raza superior para provocar la segunda guerra mundial. Gandhi asumió en su
propio ser las costumbres y valores con los que se identificaba la India. También
fue la conciencia de una identidad americana la que nos llevó a independizarnos de España. Para ese entonces,
éramos como aún hoy seguimos siendo, una sociedad cristiana, mestiza y
regionalizada, con el español como idioma nacional y diversidad de culturas
invisibilizadas. Más tarde, fue la identidad con el color rojo o azul lo que
nos unió y dividió, nos hizo pertenecer a uno u otro partidos, protagonistas
ambos de una historia a veces nefasta.
En sentido positivo, fue también la identidad y
la necesidad de su construcción, la que permitió abanderar proyectos de producción
y educación nacional: el café, la industrialización, el desarrollo del
transporte, del comercio, etc., fueron proyectos que no pudieron gestarse sin
la existencia de mínimos de identificación de la gente con las costumbres,
valores, ideas y otras tantas formas de aglutinamiento social que pueden
incluirse en la noción de identidad. Por supuesto, la identidad fue siempre
subsidiaria de la economía y de la política, lideradas por caudillos regionales y sirvió para dominar.
En época reciente, a partir de la Constitución de
1991, el uso político y económico del término,
también ha comenzado a ser bandera de lucha de muchas culturas amerindias y
afrodescendientes que ven en la identidad una estrategia para aglutinar a los
suyos y promover procesos de organización, conservación o cambio. Muchas cosas se han
dicho de este fenómeno: para algunos el renovado surgimiento de procesos
sociales alrededor de la identidad, no es más que el efecto de la implantación
de un sistema de dominación mayor y más sutil como lo es la democracia y el
neoliberalismo, principios fundantes de la carta constitucional; para otros, la
búsqueda de identidad hoy garantizada por la ley, es el producto de las luchas y el esfuerzo de
las minorías por su reivindicación social. En este juego de oposiciones, la identidad es la estrategia del capitalismo
para dominar a las culturas con lo que más quieren ser (BARBERO, 1987) y la forma
como cada cultura se diferencia y resiste a la globalización. El mercado
integra, divide pero también genera resistencias (HUNTINGTONG, 1997; CLANCLINI. 1999).
Distintas apuestas por la identidad
¿Qué hacer entonces, perderse en la globalización
o diferenciarse de ella? La respuesta no
es individual. En todo caso, en el peor escenario futuro, sí los seres humanos se
perciben víctimas de un sistema de
dominación que pretende empobrecerlos hasta el punto de poner en
riesgo su subsistencia como culturas; no
queda otra alternativa que resistir. En
esta dirección, la cultura o las culturas se sienten amenazadas y su apuesta
por la identidad pasa por fortalecer todos aquellos aspectos que las unen y diferencian
de las demás y que pueden buscarse en el pasado, resignificarse en el presente y reorientarse en el futuro. En otra interpretación,
las culturas no pueden sentirse amenazadas por el mercado pero sí excluidas. Su
apuesta por identidad retoma entones su pasado, revaloriza el presente y traza
estrategias para insertarse adecuadamente en la globalización. Estas dos posturas
con orientaciones distintas, pero fines comunes, conllevan a los grupos a
generar procesos de autoreferenciación con el territorio, la etnia, la lengua,
las costumbres, las prácticas propias y apropiadas de vida y sus
significaciones, etc. La identidad se
entiende aquí como, lo tangible e intangible de sus propias culturas que los
une y diferencia de los demás, y lo que debe recuperarse o conservase ya sea
para seguir encerrándose en sí mismas o insertándose adecuadamente en el mundo
globalizado. Ambas búsquedas o afirmaciones esencialistas de la identidad,
cohesionan internamente los grupos, potencian la organización social pero pueden
generar radicalismos, etnocentrismos,
racismos, territorialismos, y otras tantas formas de discriminación, causantes
de violencia.
En otra postura, están las culturas cuya
identidad no se define por la resistencia a la globalización económica sino, precisamente, por su inserción y por la forma de consumir, apropiar y significar el consumo. Tienen
cabida en este inmenso abanico de posibilidades, las culturas urbanas definidas
alrededor de la música, la moda, la apreciación de tendencias estéticas,
ideológicas o de orientación sexual, etc. Todas
con formas y hábitos de vida definidos alrededor del consumo u otros valores. Culturas
integradas o marginales, con territorios globales o virtuales, con lenguas distintas
y significados comunes.
Mediando entre resistir o consumir también están las
culturas cuya identidad no se define como búsqueda, alejamiento o ruptura con el
pasado, sino como despliegue e interacción de las prácticas presentes y
ordinarias de vida. En esta apuesta, la identidad o mejor las identidades se
construyen, trasforman y renuevan
constantemente. ¿Qué somos? Somos lo que construimos diariamente en
interrelación con los otros. En esta
apuesta, la identidad no recae sólo en afirmar cada cultura sino en buscar
espacios de interacción, conocimiento y respeto entre unas y otras; en inventar
y reinventar nuevas formas de aglutinamiento social que lleven a construir
historia, prácticas de vida y destinos comunes.
De las identidades étnicas a la identidad como ciudad región
Indudablemente en los últimos veinte años,
Santander de Quilichao ha venido insertándose para bien o para mal, en la
esfera del mercado globalizado y también resistiendo, principalmente, desde las
comunidades indígenas a estos procesos. Aquí se combinan como en ninguna otra parte
del país, elementos nuevos y viejos (PAZ, 1991) tradición y modernidad, riqueza
y pobreza, legalidad e ilegalidad, diferencias culturales, anticentralismo, contradicciones…Nuestra
identidad se define y se construye por la afirmación de las identidades de grupos
indígenas y afrodescendientes, emergencia de diversas culturas juveniles, acción
de los grupos y por las prácticas y formas de vida que se vienen impulsando en
los barrios, veredas, iglesias, espacios
deportivos, agrícolas, comerciales, artísticos
y otras tantas manifestaciones que
definen nuestra forma de vida como nortecaucanos
y quilichagϋeños.
¿Qué somos? somos esa mezcla compleja y mucho más.
Somos pasado, presente y miles de
posibilidades futuras. Ese pasado común de las comunidades Nasa por recuperar
la tierra, lengua y costumbres, por reescribir su historia y reorientar a los
suyos con ayuda del The Wala; ese pasado común de nuestras comunidades
afrodescendientes por lograr su libertad y restablecer sus prácticas de vida y creencias originarias;
ese pasado común de afros, indígenas y mestizos por lograr la independencia en las
batallas del Palo, Jamaica de los Quilichaos, Japio y Caloto, el asesinato de
muchos en ese terrible año de 1816. Ese pasado del cual hay hombres y mujeres que
hicieron historia.
Pero también somos presente, aquí y ahora y no en
otra parte. Somos las culturas urbanas del rock y el Hip – Hop, las culturas que
se reúnen alrededor del deporte y la religión, las que se identifican con el
Samán y con la tierra del oro, con nuestros cerros tutelares y la defensa del ambiente. Las que se resisten al
narcotráfico y al consumo del alcohol, las que se reúnen a intercambiar ideas, a
hacer producciones artísticas. Las que no hablan tanto de identidad cultural
pero enseñan a los demás, las normas del respeto y la tolerancia, las nuevas
culturas de jóvenes trabajadores y estudiantes mestizos, indígenas y afros; todos
y todas preparándose para insertarse adecuadamente en la globalización o servir
a los suyos. Todos y todas, tratando de aprender inglés, apropiando la ciencia
y la tecnología, dándose a conocer en las redes, haciéndose más conscientes de
la necesidad de cuidar el ambiente, alcanzar y
ejercer una profesión, conformar una empresa, tener una mejor calidad de
vida y familia. Todos y todas sintiéndose parte de un mismo espacio territorial,
de un municipio, interpretando sus sueños y sus problemas, sus retos de
desarrollo.
¿Podemos negar ese nuestro pasado? ¿Apartarnos de
ese nuestro presente y buscar nuestra identidad en otra parte? No. Y si algo
tenemos claro los que nos sentimos nortecaucanos, los que nos sentimos quilichagϋeños,
es que nuestra identidad se construye a partir de la afirmación del ser de
nuestras culturas indígenas y afrodescendientes, de nuestras culturas urbanas
pero también, en el despliegue y en el relacionamiento cotidiano de unas y otras.
Es en esas formas de relacionamiento que hemos venido construyendo pasado
común, comunidad de destino, formas de aglutinamiento social que debemos seguir
reinventando: el festival de las tres culturas, el fortalecimiento de las
economías propias, los diálogos interculturales, la estructuración de la
ciudad, como “ciudad región” son parte de estas reinvenciones. Ellas nos son reinvenciones
individuales, son reinvenciones colectivas que esconden tensiones pero también ideas
y sueños para la construcción de proyectos de vida comunes.
Algunas de estas tensiones, relacionadas con la
persistencia de radicalismos, etnocentrismos o usos políticos oportunistas de
la noción de identidad, plantean, soportadas en las leyes, la posibilidad de
crear entidades territoriales indígenas, desvertebrando con ello los municipios
y también sus formas de vida construidas en el tiempo. A este respecto, desde
la época del avasallamiento, las comunidades indígenas fueron agrupadas en
resguardos y protegidas con leyes por la corona española. Esta política de
segregación también fue aplicada a los esclavos y nunca se permitió, tal vez
por razones políticas, económicas o culturales que negros e indígenas habitaran
un mismo espacio territorial ni se mezclaran racialmente. Por demás, los
indígenas fueron relegados a las montañas y los afros compraron o se tomaron,
en su lucha por alcanzar la libertad, porciones de tierra en zonas planas,
costeras o mineras, quedando
establecidas las diferencias, pero también las posibilidades de relacionarnos.
Doscientos años hemos logrado convivir hasta el punto que hoy, las comunidades indígenas han
conformado cabildos urbanos y muchos afros, mestizos e indígenas son aceptados indistintamente en una y otras
comunidades, llegando a convertirse en excelentes maestros, gestores y líderes.
Estas relaciones no son aún equitativas pero sí cada día menos desiguales. Afros e indígenas gozan hoy de mucho más
reconocimiento, prestigio, respeto y valoración que en otros tiempos. Producto
de esta convivencia y también de la inserción de la modernidad en esas
culturas, las formas de vida, sobre todo en los jóvenes han venido cambiando.
Más allá, sin embargo, de visiones pesimistas, hay un enorme potencial en todas
y cada una de nuestras culturas que habitan el norte el cauca para avanzar
hacia procesos de desarrollo más endógenos, hacia proyectos comunes y
multiculturales que nos involucren como el proyecto de construcción de la
ciudad región.
Referencias:
Barbero, Martín Jesús. (1987) Procesos
de comunicación y matrices de la cultura. Ed. Gustavo Gili. Barcelona.
Huntington, Samuel. (1997) el choque de
las civilizaciones y la reconfiguración del nuevo orden mundial. Ed. Paidós.
DANE.
(2007).Colombia. Una Nación Multicultural. Su diversidad étnica. Bogotá. D.C.
GARCIA Canclini, Néstor. (1999) La
globalización imaginada. Ed. Paidós.
PAZ, Octavio. (1991) La búsqueda del
Presente. En Colombia: el despertar de la modernidad. Viviescas, Fernando y
Giraldo Fabio. Compiladores. Foro Nacional Por Colombia. Carvajal. S.A.
Bogotá.
[1] Licenciado en Educación Popular. Magister en Sociología.
Universidad del Valle. Catedrático de
Unicomfacauca y Universidad Autónoma de Occidente.
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