Vallejo, Fernando (2019). Memorias de un Hijueputa. Penguin Random House Grupo Editorial. S. A. Bogotá, Colombia. 186 páginas. (Reseña).


Por: Hugo Hurtado Valencia.



“Memorias de un Hijueputa”, el libro del escritor colombiano Fernando Vallejo tiene como tema y personaje central la figura del tirano que, en el final de sus días, dicta al biógrafo sus memorias. En la voz del propio dictador, el texto reproduce la política de ajusticiamiento que llevó a cabo durante su régimen. Centrado unas veces en Colombia, otras en Latinoamérica, la evocación desborda los marcos espacio-temporales y se instala en un orden global en el que se distorsionan el tiempo y los hechos de la narración para crear la imagen de un dictador loco, cuyas acciones reales, anheladas o fantásticas parecen conjugar, de manera contradictoria, la maldad del tirano y el pedido de millones de personas para construir otra clase de hombre,  gobierno y sociedad. No de otra manera se explica que el lector termine identificándose y justificando las acciones que el dictador, en los desvaríos de su propia locura, nos revela.  

El fusilamiento, el degollamiento o la hoguera- tres tipos de castigos conocidos por los colombianos- impone el dictador a las religiones y a sus jerarcas, a los últimos cinco presidentes de Colombia, a los médicos, motociclistas y a un sin número de personajes de la vida nacional, entre los que se encuentran algunos escritores. No quedan por fuera de esta purga “los faracos, los paracos y los narcotraficantes” para quienes dispone igual tratamiento. En una marea de insultos, el dictador narra de manera desordenada fragmentos de estas ejecuciones y logra una cierta complicidad con el lector, especialmente el colombiano, cansado de la clase política corrupta y de la violencia para quien la diatriba puede parecerle una terapia.

En el entramado de estas narraciones se expresa el desdén que el dictador siente por los pobres y sus actitudes mendicantes; por las mujeres, a quienes invita a dejar “la paridera”, a los maltratadores de animales y a las farmacéuticas que acusa de inventar enfermedades y después enriquecerse vendiendo la cura. Firme en sus creencias  se manifiesta en favor del vegetarianismo, la diversidad sexual y el ateísmo anticatólico. A la manera de Calígula o de Nerón el “Hijueputa” devela sus gustos musicales, sexuales y disfruta contando sus propias hazañas, sin ocultar al lector, la desconfianza y la soledad que percibe en sus últimos días. Como una metáfora de la deformación y de la decandencia del poder, Vallejo traslada su personaje a una casa antigua que al igual que el dictador poco a poco se derrumba obligando a su único habitante a dejar instrucciones acerca de qué hacer con su cadáver, mientras es embargado por el escepticismo y la inutilidad de sus acciones.

En síntesis, como una diatriba al poder político de Colombia y llamado de atención a los problemas fundamentales que ponen en riesgo la estabilidad social y la vida, el texto de Vallejo condensa en la figura del tirano esos nuevos reclamos sociales que deberán ser superados como condición para la subsistencia. En efecto, algunos lectores moralistas podrán escandalizarse con la idea de “fusilar” literariamente a los presidentes de Colombia, pero no negar que controlar la explosión demográfica, generar nuevas relaciones con la naturaleza y los animales, relevar la corrupta clase política colombiana y no aceptar los credos religiosos cuando se perciben injustos es una tarea urgente. Revestido de loco, el dictador nos ha relevado las verdades, esas verdades que molestan, que no queremos escuchar o decir por temor a ser censurados o asesinados. Valorando, sin embargo, al loco, bien podrían  recordarse aquí, las palabras de Raúl Gómez Jattin: “Antes de devorarle su entraña pensativa//Antes de ofenderlo de gesto y palabra// Antes de derribarlo// Valorad al loco// Su indiscutible propensión a la poesía// Su árbol que le crece por la boca//con raíces enredadas en el cielo. // Él nos representa ante el mundo// con su sensibilidad dolorosa como un parto".


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