Sistematización de
experiencia
Por: Hugo Hurtado
Valencia[1]
INTRODUCCIÓN
El siguiente artículo se ocupa del
problema de la identidad cultural colombiana, su importancia en
la formación universitaria y las
estrategias pedagógicas para hacerlo. El escrito basa su
reflexión en la experiencia realizada durante el semestre
2015-2, en la Universidad Cooperativa de Colombia, Cali, Valle
del Cauca. Indagar qué aportes hace esta experiencia a la comprensión del
problema planteado es el objeto de este trabajo. El informe atiende a la
siguiente secuencia: problema, práctica formativa, lecciones aprendidas y
conclusiones.
1. LA IDENTIDAD
CULTURAL COLOMBIANA COMO PROBLEMA FORMATIVO
Por identidad cultural se entiende en
este trabajo, la forma como “los colectivos sociales apropian la cultura, la
expresan y logran reconocerse como lo que son, producto de las interrelaciones
consigo mismos o los otros” (Marcús, 2011). En la globalización,
dos son los sentidos con los que se aborda este hecho: el político y el
formativo.
El sentido político se manifiesta
cuando el Estado y su diversidad cultural se involucran en el reconocimiento de
los derechos. El Estado integra en los marcos jurídicos la diversidad
cultural, pero es a las comunidades a quiénes corresponde hacerla efectiva.
La identidad cultural deviene así en lucha política. El Estado y quiénes le dirigen,
desde la posición dominante; las comunidades, sujetas de derecho, desde su
posición de subordinación.
El contexto cultural colombiano
presenta estas características. Por una parte, indígenas, afrodescendientes y
raizales emprenden batallas jurídicas y políticas por el reconocimiento de sus
especificidades culturales. Por otra, el Estado, reconoce la pluri y
multiculturalidad de la nación. La tensión y la búsqueda de acuerdos configuran
el escenario político por excelencia.
En sentido formativo, el problema de la
identidad cultural se plantea, sin embargo, diferente. En primer lugar, porque
supone que un cierto tipo de saber, habilidades y valores pueden ser enseñados
y aprendidos. En segundo lugar, porque conlleva a plantearse propósitos,
metodologías, recursos y formas de evaluación definidos por políticas
institucionales y fundamentos epistemológicos propios de las humanidades.
Expresado lo anterior, la experiencia aquí presentada se orienta en función de este segundo sentido. Es decir, se ocupa del problema de la identidad cultural colombiana como problema formativo que, sin embargo, no desconoce lo político. La importancia de esta reflexión radica en la necesidad de compartir como maestros, prácticas que contribuyan al reconocimiento de las diferencias y a la convivencia pacífica, en el contexto de sociedades pluri y multiculturales.
Una pregunta central orienta la práctica formativa: ¿Quiénes somos los colombianos?
Una pregunta central orienta la práctica formativa: ¿Quiénes somos los colombianos?
La hipótesis que se formula es la siguiente: la forma como la sociedad colombiana viene siendo definida, significada y expresada debe buscarse en la conjunción compleja de culturas que mezclan historias, tradiciones y formas de vida distintas, contradictorias y en constante interrelación y cambio, producto de la necesidad de convivir, resistir o integrase a la globalización.
2. PRACTICA FORMATIVA
Definida la pregunta
orientadora, el desarrollo de la práctica formativa comienza delimitando los conceptos de cultura e identidad cultural. De esta manera desde el curso se entiende la cultura como:
“el conjunto de los
rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que
caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las
artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias" ( UNESCO, 2012:4)
Y la identidad
cultural como la forma en que tales rasgos distintivos, características, modos
de vida, etc., son apropiados, subjetivados y expresados por los diversos
grupos sociales. Tal apropiación, que no es igual para todos, da lugar a
diversas identidades, susceptibles de ser observadas y analizadas en la
perspectiva de comprender lo que somos y lo que nos diferencia de los
demás.
Más ampliamente, la práctica formativa considera perspectivas
esencialistas, interaccionistas y fragmentarias de la identidad cultural (Cuche
(1999), Taylor (1993), Hall (2003), Bauman (2003), Goffman (2001), Ortiz (1996)
y Arfuch (2002a)) citados por (Marcús, 2011). Estas perspectivas permiten
entender el sesgo esencialista que caracteriza a las comunidades étnicas a la
hora de pensar en fortalecer su identidad, generan comprensión de las complejas
interacciones multiculturales en los espacios urbanos y la emergencia de nuevas
identidades en el marco de la revolución tecnológica y la globalización.
Bajo este marco, se examinan documentos
y fuentes literarias para escuchar de ellas las voces, lo que dice y
calla la gente, la manera cómo es representada la sociedad colombiana y
los significados que los lectores asignan. Así mismo, se reconstruyen trayectorias
de comunidades indígenas, afrodescendientes y de culturas juveniles; se
identifican tensiones, conflictos, formas de dominio y explotación, pero
también imágenes, creencias, símbolos, resignificaciones y posibilidades
de expresión creativa por parte de los estudiantes. A continuación se
presentan estos desarrollos, considerando las variables socio-históricas y
estéticas.
2.1 ¿Quiénes somos los colombianos?:
una breve mirada a la historia
Para García Márquez (1994) lo que somos como colombianos debe buscarse
en la historia. Antes del descubrimiento, “habitan en el territorio diversas
culturas con identidades definidas y que involucran el arte en su cotidianidad”
(p. 1). La conquista y posterior colonización genera el mestizaje y la imposición
cultural que invisibiliza las diferencias y da lugar a una sociedad
marcadamente desigual, segregada y discriminante.
Producto de esta circunstancia, los colombianos actuales se definen en
función de tres herencias: la del indígena, la del español, y la de los
afrodescendientes. De los primeros, es probable, se heredan la astucia y la
creatividad; de los segundos, el deseo de ascenso personal, el ser
sentimentales, emigrantes, desbordados, violentos (p.3). De los últimos, el
rasgo más marcado es la alegría. Estas mezclas étnicas, históricas,
ideológicas, religiosas, idiomáticas y de visión del mundo estructuran el ser
social e individual de los colombianos; unas veces, armónicamente; otras veces
de manera conflictiva e ilógica. Los colombianos se mueven entre dos extremos:
el amor y el odio, la alegría y la tragedia...
Una imagen de ese espíritu contradictorio, la ofrece José Eustasio
Rivera (1924) en su obra: “La Vorágine”. En esta, Arturo Cova, el protagonista
escapa con Alicia desde Bogotá hacia los Llanos y en ese tránsito, de realidad
y ficción, revela la fotografía de un país diverso, gobernado por la ley
del más fuerte y cuyos personajes, sustraídos a veces de toda racionalidad,
ceden a la violencia, a la ira, al odio para solucionar sus conflictos, en
medio de un clima de incomprensiones.
Y la historia se repite cuando se examinan los partidos políticos. En el
curso se reflexiona qué tanto inciden estas ideologías en la forma de ser
de los colombianos. Un acercamiento a la comprensión de este problema, lo
ofrece la novela testimonial de Gustavo Álvarez Gardeazábal (1972) “Cóndores no
entierran todos los días”. En esta, León María Lozano el personaje central, se
permea tanto de los ideales conservadores que los defiende a capa y espada, pues
se trata de “una cuestión de principios”. Lo mismo puede decirse de la
antagonista, Gertrudis, quién representa el ideal liberal. Hasta el
tercer cuarto del Siglo XX los partidos inciden en la forma de ser de los
colombianos y orientan en parte, la vida cotidiana. En el fondo, lo que está en
el centro de la confrontación es la estructuración de la sociedad y del
individuo bajo dos modelos socioculturales, el de la moral cristiana y el que
se deriva de la ideología liberal.
El estudio de las trayectorias de las comunidades indígenas,
afrodescendientes y de las culturas juveniles, aporta otros elementos para
enriquecer la comprensión de lo que somos. En lo que respecta a los indígenas,
sus formas de definirse y expresarse, actuales, guardan relación con los
sucesos de 1492 y con la creación, en el siglo XVII, del resguardo. Hasta hoy,
el resguardo es el elemento de resistencia alrededor del cual se define la
identidad del indígena que, por oposición a la cultura dominante, busca
fortalecer sus formas tradicionales de vida.
El resguardo es para las comunidades la madre tierra, el lugar donde
habitan los seres superiores, el espacio sagrado y de conexión con los
espíritus que, a través de los médicos tradicionales, mantienen la armonía
hombre - naturaleza. El resguardo representa la vida para las comunidades
indígenas y defenderlo es su prioridad, tal y como lo fue durante el
surgimiento de la república, los inicios del Siglo XX, en los que emerge la
figura de Quintín Lame y hoy. Por ello, más allá del estigma que algunos
miembros de la sociedad descargan sobre estos grupos, una revisión de la
historia ayuda a valorarlos y a tender puentes de comunicación interculturales
que contribuyan al reconocimiento y respeto mutuos.
En la misma dirección y consecuencia de la discriminación racial a la
que es sometida la sociedad colombiana (García Márquez, 2004) la mirada
negativa recae también sobre los afrodescendientes. La visión sin embargo
cambia cuando se recuerda la historia, la gesta libertaria y los aportes de
estas comunidades al proceso independista; cuando se valoran expresiones como
la danza, la música, la gastronomía y aspectos como la alegría y la
religiosidad de estos pueblos.
Emergen aquí figuras como Benkos Biohó que cuenta la historia de Palenque;
como la de Manuel Zapata Olivella (1964) que explica el origen africano de la
cumbia; los cantos franciscanos expresados hermosamente por las mujeres
chocoanas; los arrullos y alabaos que dan cuenta de una experiencia distinta de
la actividad religiosa; la magia y los sonidos de la selva atrapados en
tambores y marimbas; la alegría del pueblo, aún a pesar de problemas y
limitaciones.
Y la magia de estas comunidades se amplía cuando se transita hasta San
Andrés y Providencia. En esos lugares que también hacen parte de Colombia, los
isleños se saben poseedoras de un legado cultural que conjuga elementos de
Europa, África y América. El creole, esa mezcla de inglés y vocablos africanos,
el cruce racial afro - europeo, la convivencia interreligiosa, los sonidos del
reggae y del calipso, los sabores condensados en el rondón, el mar y la
potencialidad turística son el mayor legado de los habitantes de estas islas,
que les permite universalidad y diversidad idiomática.
Por último se encuentran los jóvenes: en las ciudades muchos de estos
grupos poblacionales siguen apropiando, con diferentes matices, modelos de
comportamiento derivados de las culturas juveniles emergentes en Europa y
Estados Unidos después de la II Guerra Mundial. El Punk, el Heavy Metal, el Hip
–hop, entre otras tendencias musicales, tienen sus expresiones en Colombia.
Muñoz (2010) sostiene que las ideas anticristianas, anárquicas y en general
contestatarias de algunos de estos grupos, así como sus estéticas, no pueden
considerarse una mera reacción al modelo cultural predominante sino que son así
mismo propuestas creativas que plantean nuevas formas de vida.
La diversidad de los jóvenes colombianos no se reduce sin embargo a las
llamadas culturas juveniles; hoy, muchos jóvenes se organizan alrededor de la
defensa del ambiente, los movimientos cristianos, el cuidado y protección de
los animales, los grupos solidarios, etc., Al interior de las comunidades
étnicas hay también grupos de jóvenes proponiendo nuevas formas de ser y
existir.
En el contexto de la globalización emergen también las llamadas
ciberculturas. Este fenómeno, de no más de 15 años para el país, transforma
lenguajes, formas de comunicarse y ser de los colombianos (Muñoz, 2010).
Conectados a un mundo virtual, los cibernautas establecen formas de
sociabilidad caracterizadas por el cambio rápido y la simultaneidad en las
comunicaciones. Los “nómadas virtuales” no siguen los patrones de
comportamiento contestatario de las culturas juveniles pasadas y al contrario,
adoptan múltiples formas de ser, estableciendo así identidades culturales
fragmentarias.
La multi y pluriculturalidad es pues la principal característica de la
identidad de los colombianos, característica que entreteje distintas formas de
subjetivación en variadas épocas, que plantea rupturas y continuidades
históricas, que devela contradicciones intergeneracionales y la riqueza como
nación. Las consecuencias que derivan de esta forma de ser de los colombianos
pueden no ser optimistas si se mira el pasado, pero muy esperanzadoras si se
tiene en cuenta el presente. Los colombianos están aprendiendo a convivir y a
valorar sus diferencias, proyectando al mundo, lo mejor. Deportistas,
científicos, empresarios, estudiantes universitarios, hacen parte de estas
renovadas expresiones.
2.2 Las experiencias
estéticas
El acercamiento a obras literarias y audiovisuales genera también
experiencias estéticas que enriquecen la formación y dan lugar a diversas
formas de expresión creativa. Estas experiencias, definidas como goce, placer,
que perciben los participantes cuando aprecian la belleza, la fealdad, lo
cómico o lo trágico que las obras de arte suscitan, se expresan en este
apartado.
Textos como: “La Vorágine”, Rivera (1924); ¡Que viva la música!, Caicedo
(1977); “Dile que morí de vieja”, Robinson (1975), “Cóndores no entierran todos
los días”, (Gardeazábal, 1972) o películas como “Chocó”, Hinestroza (2011)
generan reacciones trágicas y dan cuenta de historias de felicidad y de muerte,
alrededor de las cuales se teje parte del ser de los colombianos.
Con Robinson (1975) esta historia es la soledad; la madre que a punto de
morir espera al hijo. “Dile que morí de vieja” es su súplica. Entre ella y lo
evocado, el mar, el agua salada que lleva y trae sus recuerdos, que atestigua el
paso del tiempo. El inútil intento de su voz ya moribunda que desea comunicarse
con su hijo.
En ¡Que Viva la música! la tragedia la encarna el propio autor. Su
suicidio es aún motivo de culto; el mismo que él rinde a la música a
través de la cual se narra la transformación de Cali y de su generación, atrapada
entre el rock y la salsa. Son los años setenta, la música es la ciudad
redescubriéndose, rebeldía que evade temporalmente la muerte; tragedia que
flota sobre el calor de la ciudad y sobre las melenas de Caicedo como una
sombra. La música es esa muchacha joven y sensual que ama la noche, y suscita y
experimenta las más bajas pasiones humanas.
Con otros matices, la música acompaña la cotidianidad y la tragedia del
pueblo chocoano. En la película Chocó, por ejemplo, el trabajo diario, los
rituales religiosos y las festividades, entre otros aspectos, se acompañan con
música. Junto al panorama sonoro de la selva compuesto por el murmullo del río
y los sonidos de la biodiversidad, los hombres y mujeres entonan cánticos para
redimir las almas y reflejar sus sentimientos humanos. Condensados en la marimba
y en el alma de los músicos, los sonidos de la selva se contaminan y dan cuenta
de otra tragedia que marcha paralela a la pobreza de los habitantes de esta
región: la minería ilegal.
Como monstruos metálicos, las retroexcavadoras arrasan las superficies
boscosas, contaminan las aguas y sumergen a los mineros en un nuevo tipo de
esclavitud para después quedarse abandonadas en la selva, como un cuadro triste
de la modernidad, que empaña con óxido los bosques en otrora matizados de
verdes.
Ave bicéfala, la tragedia también sobrevuela las épocas de la
confrontación bipartidista y revela hasta dónde pueden llegar las sociedades
cuando asumen las ideologías como normas orientadoras de la acción. El Cóndor,
el personaje de la novela de Gardeazábal es uno más de esos tantos colombianos
que se adjudican la defensa de una manera de ser que mezcla, de manera
peligrosa, valores cristianos con formas de propiedad de la tierra y modelos de
economía, familia y de Estado.
En esas tramas de violencia algunos estudiantes logran reconocerse. Sus
narrativas ofrecen la figura del padre o abuelo autoritarios, la finca
abandonada, “la marca que sus familias deben colocar en el sombrero para ser
identificados como de uno u otro partido”. En otras posturas, se encuentra la
reacción a la cultura machista.
Como signo trágico “el macho” aparece una y otra vez en la literatura
abordada y en las reflexiones de los estudiantes. En La Vorágine, por ejemplo,
las narraciones sobre la violencia y la depredación son cosas de hombres. En
Chocó, Everlides, el protagonista, carga con el estigma que se confiere al
macho, entre los chocoanos.
La vivienda, los puentes colgantes y las botas panteras de mineros y
mineras son también recreados de manera estética. Aparecen aquí escritos fantásticos
acerca del “Puente San Francisco”, “Los botaliens” y “La casita ardiente”,
etc., inspirados en las imágenes de la película Chocó (Ver anexo I).
El proceso escrito para estas creaciones artísticas desarrolla cuatro
etapas: lluvia de ideas, selección de ideas a desarrollar, organización de la
macroestructura y proceso escrito (Martínez, 2004). Distinto a la escritura de
textos expositivos, la escritura de relatos y de cuentos genera en los
estudiantes el deseo de leer y compartir sus producciones. Algunos estudiantes
descubren potencialidades para escribir y otros desarrollan hipertextos,
cuentan historias ya conocidas trasladando contextos y significados.
En general los ejercicios de acercamiento estético - que se generan en
las últimas fases del curso- permiten explorar otras formas de conocer y
apropiar conocimientos relacionados con el ser de los colombianos. La
diversidad de imágenes, narrativas y sonidos sirven de base para posteriores
estudios que adopten entre otros, la estética como parte de una indagación en
la que sea más importante la reflexión y las expresiones creativas que las
respuestas acabadas.
3. LECCIONES
APRENDIDAS
Con relación a los interrogantes
planteados, la experiencia deja aprendizajes que se resumen en lo siguiente:
Primero, la identidad cultural
colombiana se concibe como un campo amplio de indagación que no se agota en el
estudio de la configuración histórica de lo que hoy somos, ni en su
acercamiento estético. La filosofía, la religión, la ciencia e incluso el mito
como formas válidas de conocer y acercarse a comprender la realidad, también
tienen mucho que decir. Valorando, sin embargo, las posturas adoptadas
para el desarrollo del curso, la historia permite a los estudiantes entender
comportamientos y formas de expresión de comunidades indígenas y
afrodescendientes hoy; posibilita repensar, en parte, formas de ser de ellos y
sus familias, incididas por ideologías y hechos sociales, políticos, económicos
y culturales que subjetivan y objetivan de manera particular a los colombianos.
Estéticamente, la experiencia
contribuye a apreciar obras de la literatura colombiana y a rescatar del olvido
o del anonimato, autores como José Eustasio Rivera, Lenito Robinson,
Quintín Lame o Zapata Olivella. Aquí la historia no se estudia a través
de la literatura sino que la historia amplía el contexto y por tanto la
comprensión de las obras. Es más, algunas obras despiertan el interés de los
estudiantes sólo cuando son recreadas en sus contextos históricos.
Algunos jóvenes se motivan y expresan
espontáneamente la forma de vida del lugar donde proceden; otros invitan a la
clase, representantes de la comunidad afrodescendiente o se muestran
interesados por conocer más de la obra y de la historia que desconocen. Considerando estudiantes y carreras, hay más receptividad en los de
Administración, Derecho e Ingeniería de Sistemas y menos receptividad en los de
Psicología y Contaduría. En este último grupo, sin embargo, la experiencia
origina un interesante proceso de escritura motivado en la necesidad de
mejorar los resultados en las Pruebas Saber. Con relación a los estudiantes de
Psicología el interés disminuye en la medida en que aumentan las exigencias
académicas en áreas consideradas fundamentales o cuando se pierde la
continuidad de las clases por los días festivos. Estas situaciones conllevan a
implementar metodologías flexibles y actividades independientes que ayuden a
superar dificultades.
Segundo, frente a la importancia de
formar personas con capacidad para reflexionar lo que somos como colombianos,
el curso aporta a la construcción de ciudadanía y al desarrollo de competencias
interculturales, de lectura crítica y comunicación escrita. Con respecto a la
ciudadanía, el aporte se da en términos del reconocimiento, valoración y
respeto por las diferencias que nos identifican como Nación. Así mismo, el
entorno multicultural exige el desarrollo de capacidades para trabajar con
personas de distintas culturas, especialmente en sectores económicos ligados a
la producción y prestación de servicios, donde se requieren habilidades para el
trabajo en equipo, el diálogo y la comunicación permanentes.
La otra parte de la formación enfatiza el desarrollo de procesos
lectores y escritores. En esta parte, el análisis de los resultados de las
Pruebas Saber 2014-1 muestra que en lectura crítica 59,4% de estudiantes se
clasifican en el nivel I, mientras en comunicación escrita 54,4%
alcanzan niveles 3 y 4; es decir, niveles bajos y medios, de 8 niveles posibles
(ICFES, 2015). En respuesta a los anteriores resultados el curso enseña pautas
para la escritura de textos expositivos y menor medida narrativos. Los temas
de escritura son definidos por el profesor de acuerdo con los objetivos
del curso. La extensión de cada texto no excede una página, se exige coherencia
y originalidad. Inicialmente, algunos estudiantes plagian textos completos y
reciben por tratarse de pre-escrituras, la respectiva reconvención pedagógica.
Las formas de citación y bibliografía en esta primera parte, no son abordadas,
porque otros cursos se dedican a ello. En general, aunque el avance en procesos
de escritura es reconocido por los estudiantes, quedan problemas teóricos y
metodológicos por resolver. Los procesos de lectura y escritura tienen sus
propias lógicas, es decir sus propios dominios conceptuales, metodológicos y de
evaluación que deben ser involucrados como tal en el desarrollo de los
cursos.
Por último, en relación con las
estrategias pedagógicas, el curso desarrolla enfoques de pedagogía conceptual,
afectiva y social. La secuencia didáctica construye el concepto de identidad
cultural a través de un mentefacto; realiza, a partir de lecturas y películas,
el análisis de las obras y de su contexto histórico; promueve procesos de
lectura y escritura, socialización de las producciones de los estudiantes y
evaluación. El trabajo se complementa con conversatorios dirigidos a motivar a
los estudiantes, facilitar el trabajo en equipo y la inclusión.
Lecturas de textos como la Vorágine y
¡Qué viva la música! presentan dificultades por el tiempo de dedicación a la
lectura. La proyección de películas en las aulas de clase genera también
algunas anomalías: algunos computadores no funcionan, y aunque se dispone de
video-proyector, se limita por falta de los equipos adecuados para la
experiencia audiovisual. Por otra parte, la universidad no dispone de recursos
audiovisuales, por ejemplo, películas y es el profesor quien debe proveerlos.
Tales limitaciones no impiden sin embargo, el normal desarrollo del curso.
CONCLUSIONES
Realizadas las anteriores reflexiones,
entorno a la identidad cultural colombiana, la importancia de su formación y
las estrategias pedagógicas para hacerlo, la experiencia desarrollada muestra
que la pregunta por el ¿Quiénes somos los colombianos? es un interrogante
válido, alrededor del cual pueden generarse múltiples ejercicios formativos que
vinculen, entre otros aspectos, investigación, lectura crítica, comunicación
escrita y desarrollo de competencias interculturales que, finalmente, incidan
en la trasformación del ser humano, sujeto de la formación. Tal interrogante y
la búsqueda de respuestas, exige también miradas complejas que integren
distintas formas de construir el conocimiento y comprender la realidad. Para el
caso, las miradas socio-histórica y estética, por cierto ya amplias,
permiten delinear propósitos y acciones formativas, sin embargo, demuestran
también que privilegiar sólo una manera de ver y entender las cosas limita la
actividad formativa. Por otra parte, los procesos de lectoescritura,
desarrollados de manera paralela no siempre logran ser articulados de manera
armónica. Derivado de lo anterior, en distintos momentos, el curso enfatiza más
en el leer y escribir que en procesos de construcción de conocimientos,
habilidades y valores ligados a la identidad cultural misma. Teóricamente se
supone que si se lee y escribe sobre estos temas el problema está resuelto,
pero no es así, puesto que estos procesos contienen sus propias exigencias
didácticas. Así las cosas, la experiencia muestra bondades pero también
desventajas sobre todo cuando se orienta hacia diversos propósitos formativos.
Los próximos cursos de Humanidades, centrados en la imagen, la literatura y la
música deben resolver la disyuntiva de si privilegiar en la formación las competencias
propias del campo objeto de reflexión o dar importancia a los procesos de
lectura y escritura o enfatizar en ambos. En todo caso y dado que su abordaje
en términos de enfoque epistemológico se postula desde la mirada estética se
sugiere ampliar la mirada hacia abordajes complejos, en los que la historia, la
filosofía, la religión y el arte mismo tengan mucho que decir.
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Anexo 1:
Remembranzas de un puente colgante
Sandra Milena Rangel Cote
Liseth Angulo Saa
María Camila Gallego González [3]
Soy el puente San Francisco y nací en 1996 en época de verano; fue un
día donde el sol resplandeció y la población se encontraba eufórica porque era
el día anhelado. Yo era el símbolo de unión entre dos pueblos. Lo recuerdo como
si fuera ayer y me lleno de nostalgia al recordar los estallidos de la pólvora,
los músicos que tocaban sus instrumentos al son de unas notas muy alegres, los
niños jugando con las bombas, hombres y mujeres brindando por mi llegada.
¡Qué grandiosas fueron aquellas épocas! Yo tenía como cinco años cuando
llegó por primera vez una fuerte creciente, por esos días los hombres del
pueblo que se reunían en mi entorno jugaban dominó y apostaban la botella…
jajajajaja… Qué gracioso era escuchar sus anécdotas y ver lo asustados que se
ponían cuando llegaban sus mujeres y se encontraban con que habían perdido
hasta lo del mercado; pero con aquellas crecientes también sufrí porque en cada
una de ellas, mis bases se iban debilitando, así como las ilusiones de
las mujeres del pueblo que no veían un futuro prominente; sin embargo, los
niños pasaban junto a ellas jugando con sus llantas, sin darse por enterados de
todo lo que estaba pasando.
Ayer…, ayer fue el peor día de mi vida, llevaba dos días lloviendo
fuertemente, el cauce del río estaba más crecido de lo normal; al atardecer un
crujiente sonido vaticinaba lo que sería mi prueba final. Mis bases con el
pasar de los años habían quedado descubiertas y la avalancha acabó con lo poco
que quedaba de ellas...ummmmm…. hoy el pueblo está desolado, no solo por lo que
pasó con ellos, sino porque a pesar de sus esfuerzos por intentar recuperarme,
mis cimientos ya no eran los mismos, estaban derrumbados, fue así como se
tomaron la decisión de reemplazarme. Ya no sirvo, ya por mí no pueden pasar;
solo me quedan los recuerdos y ver desde mis despojos el nacimiento de quien
será de ahora en adelante “El Nuevo San Francisco”.
¡Los Botaliens nos invaden!
(Fragmento)
Por Andrea Bate García [4]
…“María no podía creer lo que los residentes afirmaban sobre cómo
llegaron las botas pantaneras a la región, entre tantas historias más, le
contaron que en las afueras del pueblo existía un árbol de caucho, del cual
cada año brotaban frutos y curiosamente siempre eran botas pantaneras. También
escuchó que hacía muchos años había en el pueblo un niño que tenía el poder de
materializar todo lo que se imaginaba, y una vez un grupo de aldeanos le
pidieron algo que les permitiera proteger sus pies de las inclemencias de la
selva, el niño imaginó unas botas pantaneras y después de esto todos los
chocoanos fueron a pedirle su respectivo par. Finalmente, una vieja que pasaba
y escuchó el debate les dijo a todos que estaban muy equivocados, ya que el
hueco no era por ningún Gusanosaurio ni mucho menos, era porque un meteorito
había caído del cielo y cuando fueron a ver lo que sucedía se encontraron con
miles y miles de botas pantaneras”…
¿QUIEN SOY COMO COLOMBIANO?
(Fragmento)
Huber Correa Higuita
Ingeniería de sistemas
Universidad Cooperativa de Colombia
Ahora bien, toda esta historia no es ni la mitad de lo que día a día me
forjó como persona; pero si parte crucial del entorno que construyó mi
identidad como colombiano, definiéndome como un valluno de sangre paisa,
que sueña con la paz de un país que está cansado de tanta guerra sin sentido, y
al que le llena de patriotismo ver triunfar a colombianos en el exterior
como Juan Pablo Montoya, Shakira, Sofía Vergara, y un sin fin de artistas,
científicos y deportistas que muestran el lado bueno de este país, llenando
nuestro corazón de amor por esta tierra. Una persona que en su niñez trabajó en
el campo, como lo hacían nuestros antepasados, un luchador que no se detiene en
búsqueda de sus sueños y metas. Desde muy niño la violencia determinó el rumbo de mi
familia, pero forjó un camino y una identidad en búsqueda de un mejor futuro. A
los colombianos se nos define como personas luchadoras, audaces, ágiles en los
negocios y a veces violentos, pero este último es un capitulo que todos los
colombianos queremos cerrar, dejar atrás esa herencia de crueldad y sangre.
¿Quiénes somos los colombianos?
(Fragmento)
Por: Wendy Ximena Cuero [5]
Somos una mezcla de colores, sabores, olores, ritmos y sonidos. Un
grupo de personas que ama la tierra y el andar, que lucha y ambiciona un mejor
futuro, que sueña y palpita PAZ. Si, ¡somos colombianos! Campesinos, negros,
blancos, mestizos e indígenas; una sociedad que quizás no es perfecta pero que
hoy persiste y quiere despertar, luchar y soñar que se puede cambiar. Porque un
colombiano es echado pa’lante, un trabajador que se esfuerza por ser
mejor y salir adelante, que no se enfrasca en su pasado, que no le teme a nueva
a ventura. Porque un colombiano, ¡no ve pa’ atrás ni para coger impulso,
papa!
[1] Profesor de tiempo completo. Departamento de Humanidades.
Universidad Cooperativa de Colombia, sede Cali, Valle del Cauca. Email: hugo.hurtadov@campusucc.edu.co
[2] Ingeniería de Sistemas, Psicología, Administración, Contaduría y
Derecho
[3] Estudiantes de II semestre de Contaduría Pública de la Facultad de
Ciencias Administrativas de la Universidad Cooperativa de Colombia, sede Cali.
[4] Estudiante de cuarto semestre de ingeniería de Sistemas.
Universidad Cooperativa de Colombia, sede Cali. Email:
leidy.bateg@campusucc.edu.co
[5] Estudiante de 2do semestre de Psicología. Universidad Cooperativa
de Colombia. Sede Cali. wexicues@hotmail.com
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