A
propósito de la guerra
Por:
Hugo Hurtado Valencia.
Magíster
en sociología. Universidad del Valle.
Profesor
de la Universidad Cooperativa de Colombia.
Catedrático
de la Universidad Autónoma de Occidente.
Septiembre
4 de 2016
De la música al caos,
de la armonía a la discordia. Durante cincuenta años, el paisaje sonoro
colombiano se infesta con el ruido y la violencia. Abruptamente, la orquesta del campo se escucha
desarmónica: balas, tatucos, minas antipersonas y otros instrumentos perturban los coros de los pájaros, el silencio de los árboles y las formas de
comunicarse de los animales. Allí, en aquellos hábitats poco saludables, el espectro
sonoro de la vida disminuye. Botas, fuegos cruzados y cañones originan este deterioro. La vida
natural se esconde, calla, se interna en lo profundo de las madrigueras o
simplemente muere.
En otro poblado
cualquiera, la onda destructiva de una bomba fractura las viviendas y los ventanales, en dos campos de fútbol a la redonda. En estrépito increíble, la alta frecuencia
produce un ¡crash!, que irrumpe en los tímpanos de los oídos como agujas punzantes. Tejas, cuadros e innumerables objetos intempestivamente
caen. Niños y mujeres lloran, no entienden qué pasa. Atemorizados, los hombres acuden a calmarlos, alejarlos del peligro, del zumbido candente de
los proyectiles en la noche angustiante.
Afuera otra batalla se sucede.
Un capitán cava su honor y anima con gritos a los suyos a repeler el ataque.
La cotidianidad de las oficinas estatales estalla en mil pedazos. Una hojarasca
blanca, artificial como de almas, aletea el cielo. En los escaparates, los archivos se atomizan reventados por la fuerza de las explosiones. Bombardean
el lugar los aviones fantasmas. Como un sarcasmo, bengalas fantasiosas arden en el cielo.
En el cerebro retumban los
ruidos de la guerra perturbables. Quién los vive, los escucha y permanece triste, introduce en el actuar la frustración, el pesimismo, el miedo. Una carretera
destapada anuncia entonces, miserable, el éxodo. Siete millones de pisadas caminan,
trotan, corren: tac, tac, ploft, trash … En arrítmicos compases
atraviesan el bosque, el río, el barro, la ciudad; y van se hospedan en las periferias, en las
cloacas sonoras donde la contaminación anula la vida de otras formas. La alegría y su expresión se quedan silenciados.
En el universo sonoro
citadino nadie los escucha. Los motores y bocinas de los autos, la algarabía del
comercio y de los hombres, los opacan. Abucheados por la indiferencia, los desarraigados
extienden la vasija de la mendicidad y escuchan con resignación, sus humillantes
notas. Más tarde, en los cambuches, el hambre les inhibe el sueño. Entonces viajan con su imaginación
hasta los campos; hasta el sonido del agua recorriendo la montaña, los
sembrados. Asisten al concierto de los pájaros, al coro de los animales que están
aún ahí en sus memorias, conectando en la virtualidad, esas dos realidades.
gracias q lindo mensaje
ResponderEliminarProfe, muy motivador su texto.
ResponderEliminarel mejor texto que haya leido
ResponderEliminarProfe que profundo mensaje.
ResponderEliminarun texto donde nos motiva a valorar cada uno de los sonidos que podemos disfrutar diariamente.
ResponderEliminarMuchas gracias muy bonito el mensaje
gran material profe, muy emotivo, excelente texto
ResponderEliminarExcelente elaboración.
ResponderEliminarConmovedor y profundo texto.
ResponderEliminarExelente elaboracion me gusta como expresa el texto
ResponderEliminarBuen texto , trasmite emociones y un mensaje
ResponderEliminarGracias. Insipirador.
ResponderEliminarme traslada a ese momento, me llena de tristeza de saber como hemos sufrido como nación porque hay entre nosotros unos pocos que les gusta la guerra y esta ha traído consecuencias nefastas para nuestras vidas
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