En su extenso verde artificial
No hay insectos, pájaros o árboles
Extinguidos están los robles y los
guayacanes
Los sonidos de los petirrojos, los búhos,
las lechuzas
La sonoridad natural del día
La sonoridad natural de la noche.
En los cañaduzales no hay ríos con
aguas transparentes
Ni aromas de flores, ni jardines,
Ni plataneras, frutales o
cacaotales.
De los cañaduzales hasta el viento
se ha marchado
Y ha quedado la tierra reseca, muy
reseca
Con millones de cañas ya resecas
Que combaten su resequedad
De una red de riego maloliente, que
reseca al gran Cauca, a los aljibes, a las madreselvas. Últimas gotas de la
vida.
En los cañaduzales no hay parques,
lugares de descanso o rutas para peatones.
Los pueblos permanecen allí,
atrapados, encerrados
Con las cenizas de la quema de la
caña entre sus techos. Grisáceos, dormidos, olvidados.
En los cañaduzales encontré una vez una
serpiente
Y luego caminado encontré muchos cadáveres,
hornos, brujas, aquelarres…
Y motores aun incinerándose,
ocultando el mal.
En los cañaduzales una vez un tiroteo
Y la ley enfrentada a los bandidos
Y los bandidos alejados de su
escuela, su casa, sus familias.
En los cañaduzales una vez una
protesta
Y la ley dispersando a los
protestantes, despojándoles en su carrera de todos sus derechos.
En los cañaduzales Puerto Tejada, presente. Santander de Quilichao, presente. Caloto, Corinto, Miranda y Buenos Aires, presentes. Padilla y Villa Rica, Presentes.
En los cañaduzales más de un millón de
almas condenadas, millares de especies ya extinguidas, animales sin hogar. En
los cañaduzales todo el rostro de la desigualdad presente.
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