ADIOS A SILVIO

Publicado en el Periódico Renovación de Santander de Quilichao

Por: Hugo Hurtado Valencia

Silvio Narváez, el hijo del educador, padre ejemplar, prestigioso abogado y Concejal del municipio de Santander de Quilichao dejó de existir en la madrugada del 17 de junio de 2011.  Pocas veces la muerte de un joven deja tantos vacíos en la familia, iglesia católica, política local, círculos de profesionales, comunidades pobres, ciudadanía entera, amigos y conocidos.

Personalmente conocí a Silvio, hace más de 17 años, cuando participábamos en los grupos de apoyo a la parroquia San Antonio de Padua, junto al padre Sabaraín y nos entregábamos al análisis de los textos bíblicos y al aprendizaje de los cánticos con los que acompañábamos la esperada misa dominical de las siete de la noche, que atraía a jóvenes, familias y parejas de enamorados. Silvio era para entonces un chiquillo lánguido pero saludable, lleno de vida y acompañado siempre de su eterna novia y más tarde esposa.      

Formado en una profesión liberal como lo es el Derecho, Silvio fue el mejor ejemplo de cómo unos férreos principios morales y espirituales aprendidos en la familia pueden ayudarnos a orientar adecuadamente una profesión o a cumplir un servicio social, sin caer en protagonismos, falsas vanidades o lucro personal.   

Y fueron precisamente los principios morales y espirituales, el conocimiento de los males del mundo, el deseo irrefrenable de servir, el amor por la gente y el ejercicio adecuado de su profesión los que le llevaron a convertirse en Concejal y a emprender desde allí, acciones y proyectos altruistas siempre de manera transparente, silenciosa y efectiva.          

En su corto ejercicio político, Silvio conoció y comprendió como ninguna otra persona, las tentaciones, los ofrecimientos personales para favorecer intereses mezquinos pero no desfalleció. Todos quienes le conocimos y por aquellas circunstancias sociales nos acercamos a él para pedirle un favor, nunca le ofrecimos nada ni él tampoco lo pidió; al contrario, siempre sacrificó parte de su vida familiar e íntima para servir a los demás, aún incluso en su lecho de muerte.

La última vez que vi y saludé a Silvio salía del cajero Davivienda, acompañado tal vez de su hijo, su cuerpo le temblaba y había quedado ciego. El desmembramiento, cinco años atrás de su cuerpo, las constantes radiaciones a las que se había sometido y la operación en su cerebro habían hecho sus estragos. De ese Silvio material ya no quedaba nada pero su fe y fortaleza espiritual aún se mantenían intactas. Silvio estaba tranquilo sabía que pronto moriría y se despedía como lo hacían los grandes: con valentía, tranquilidad y calma, con su alma en paz y la satisfacción plena por el deber cumplido. Adiós a Silvio. Lo recordaremos siempre.      

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